viernes, junio 29, 2018

Resistencia de lo humano: Selección y comentario de dos libros de Virgilio Rodríguez


Virgilio Rodríguez Severín (Valparaíso, 1946) publica en el segundo semestre de 2017 dos libros de poesía: Prisión del aire (Valparaíso: Ed. Bogavantes) y Sentimiento oceánico (Valparaíso: Ed. Universitarias de Valparaíso), ambas producciones que siguen a Los puentes cortados (Santiago: Ed. Alquimia, 2014; Madrid: Ed. Vitrubio, 2015). Este ritmo ágil de publicación no ha disminuido en nada la consistente escritura que Rodríguez ha decidido ofrecernos este año, asumida la notoria diferencia entre ambos libros.
Esta diferencia toca a una elevación de intenciones: mientras Prisión del aire ostenta una amplia variedad de gestos escriturales e intencionales que acentúa su carácter de registro de meditaciones y experiencias, Sentimiento oceánico es una obra en cuanto tal, que puede ser leída como conjunto orgánico temática y formalmente, alejado de cualquier anécdota. Con todo, ambos pueden considerarse formas distintas de respuesta ante una misma problemática: la insalvable heteronomía entre el creador y su creación, desde el momento en que esta última toma el paradójico estatuto de obra artística, efectivamente puesta al frente, hipostasiada y alzada por encima de la determinación temporal e histórica de su autor a través del deus ex machina de la tradición cultural de un oficio, un arte y una entera concepción de vida y de aura. La cuestión toma matices más urgentes al considerar que esta concepción de vida y de arte, tanto como la vitalidad de la noción de autor, es presa de una crisis que los mismos poemas evidencian con particular fuerza. Por más que parezca extraño, no obstante, la respuesta de Rodríguez ante la inevitable encrucijada de asumir el hecho de creación como producción de lo otro, siempre acaba en un gesto afirmativo que trasciende el yo:

El desasosiego

El pasado los ha devorado
el futuro nos devorará.
Yo quiero tener mi tumba
en el corazón de los hombres.
La muerte no prevalecerá
como no permanece el presente.

Así me decía mi alma
mientras mi cuerpo callaba.
Los amigos asentían
la vida no vale nada.
Frente a la música infinita
soy una nota intocada.

(Prisión del Aire, p. 30.)


Este gesto afirmativo se basa en la confianza en una inevitable comunicabilidad entre lo humano y aquello que desea revelarse como no-humano, lo expresable y lo que desea revelarse como inefable, lo propio y lo que desea revelarse como ajeno. La confianza se alza en fe al asumir que aquel puente que nos ofrecería la realidad en cuanto cognoscible y expresable en grado supremo, se nos abrirá ante una forma especial de espera, una modulación honda del afecto, una contemplación activa.

El ángel de la música

El ángel de la música es
una paloma seducida por la oscuridad
un sonido de palabras vestido
con pintura de primavera
un espantoso quiebre del tiempo que recuerda
que salimos de una mancha
a gatas con el dolor la mujer y la muerte hacemos lugar
uno que se hace en la cama
a través de la llorosa hora que siente una madre
aun antes que nada arriba una luz de fuego
creada para que se extinga lentamente
luego moriremos por la eternidad
será la derrota del tiempo por un acto
su duración humana sigue sonando en el oído angélico
se espanta del sonido y hace revolotear
el cuerpo intangible y las plumas
angelicalmente sueltas en el aire
llevadas por la suave canción
hasta depositarse en dispersas ciudades
y lugares recientes.

(Prisión del aire, p. 36.)


Esta confianza, al afirmar la posibilidad de lo real, no puede evitar en consecuencia afirmar la posibilidad de expresarlo, generar el poema como imagen de una parte del mundo que aspira a la totalidad desde su misma incompletud. En esto, el escrito de viaje como registro menor da la excusa para entrar a este juego de distancias imposibles, en que es la persona en su experiencia real, y no el lenguaje, sobre quien recae el máximo riesgo; la ironía toma el lugar central en la escenificación, como expresión de la separación. El lugar del poeta es, entonces, confirmado como el del testimonio, en el ámbito de una memoria que bien conoce sus límites y sospecha de su fatal obsolescencia.

Estambul

Las tumbas junto
a la del descabezado que camina
en la pequeña Hagia Sophia tienen
inscripciones en turco con letras árabes.
Son lápidas largas, seguramente elocuentes,
pero hoy los turcos no entienden
la escritura con esos caracteres.
Doble soledad de estos muertos
cuyos largos epitafios
ya nadie lee.

(Prisión del aire, p. 44.)

Prisión del aire se cierra con la breve serie “Patria nuestra”, en que desde diversas perspectivas se presenta la difícil conciencia del hablante dentro de su comunidad. La marca del espacio sagrado y ancestral se enfrenta aquí a la hipocresía y la decadencia generalizada de la vida civil, sugiriendo desde ya una inscripción de la conciencia estética a contrapelo en una modernidad latinoamericana que reproduce en su trayectoria cultural y social la misma inevitable obsolescencia de la memoria que acosa la conciencia del artista. En este plano la vida civil no puede sino caer en la ausencia, la muerte de la civilidad. El escepticismo de fondo de esta poética tendrá que ser oscuro y alienante, y no parecería tener otra salida que la soledad de sobreviviente de una conciencia que solo puede encararse con el propio límite de su individualidad hacia donde quiera mirar, y con la ironía ocupando el lugar de la emoción creadora.
Es en este sentido que tras las amargas pinceladas, críticas y decepcionadas, de las últimas líneas de Prisión del aire (de todos ellos líbranos, Dios de mis mayores, / te lo pido a ti, que sé que existías, / porque el dios que corresponde a mi época / no lo encuentro), Sentimiento oceánico llega a resolver la aporía al postular un hablante que decide poner en crisis su posibilidad de ser sujeto de conocimiento. La renuncia no queda solamente en una suspensión de los límites entre el yo y el mundo -como pareciese sugerir el título de manera directa-, sino además en la revelación de la metamorfosis de sí como única llave válida para comprender la metamorfosis continua de los objetos postulables en lo que se encara fenoménicamente como “afuera”. La compenetración, y no la contemplación, se convierte acá en herramienta casi exclusiva de una gnosis que está llamada incluso a la acuñación de nuevos nombres en una continua aproximación al absurdo paradójico que supondría extraer una verdad desde el enigma de una representación que no tiene el dar cuenta de sí como uno de sus fines, que despliega un sentido tan múltiple que se hace ilegible. Inevitablemente habrá que pensar en el surrealismo como uno de los antecedentes de esta aspiración, lo que tiene consecuencias también en el aspecto formal, externo, de esta poética.

II. El viejo mar

El viejo mar está siempre en silencio por el estrépito
físicamente cercano al coral y al roquerío
cuando la sombra de una nube se estampa en el agua
y terrible avanza hacia la orilla devorando la luz
y estremeciendo el cuerpo y el espíritu de los mortales
el sonido de la memoria se sobrepone al del mar
y se escucha el murmullo de las cañas entre el viento
en un lugar que lame amorosamente el lecho que va dejando.

El viejo mar no tiene memoria y está cambiando sus formas
en cada escollo borde o profundidad de su continente
míralo tironear con su corriente las barcas de los pescadores
que se adelantan a su ritmo cercar cada movimiento de las aguas
con la inmensidad que su cuerpo propone roturar con sus olas
el campo donde crecen cristales vívidos y árboles abstractos.

Con los oídos ciegos de tanto tocar la salmuera en la boca
el olor revuelto de pequeñísimos naufragios
el viejo dejó de amar a sirenas y nereidas
las que confundía por las mareas con focas y delfines
transforma otra vez en impersonal su manera
una vez que las aguas relumbran en las luces del futuro.

Cómo miraban los tontos y los dioses una luz congelada
en tanto la oscuridad nutría a la luz y la noche
un gran palacio roto dejaba entrever las luces que se filtran
ella no se sabía quién era le dijo que encenderían
las estrellas con un nuevo amor y su viejo corazón
se sobresaltó con un súbito golpe de juventud
la naturaleza está claro que se oculta en la muerte
así borró el nombre tanto tiempo oído en otra lengua
va hundiendo con sus pensamientos la forma de ese mundo que pasa
a la sabiduría solo le queda llorar ante nuestro cuerpo.

(Sentimiento oceánico, p. 12.)

La operación del lenguaje, entonces, pasa a ver en el corazón mismo de sus procedimientos lo inefable como fundamento. En algún instante de la compenetración, el sujeto solo puede manifestarse considerando a su misma (posible) esencia como parte de una acción comunicativa superior en que no es parte, en la que los signos y códigos proliferan hasta clausurar todo enigma. La naturaleza entera se hace código suficiente, y su organicidad histórica se vuelve, así, la historia. El hablante, como profeta, debe ser un momento intencionadamente abstraído de una confusión a la cual naturalmente se debe, el hablante es una suerte de “olvido voluntario” por parte de una naturaleza omnisciente y ofrecida a sí misma como razón de ser y expresión.

El viejo del mar

El viejo del mar es verdadero profético y no aguanta mucho
su oráculo infalible es el fragor de las olas
habla dando vueltas a lo que dice
su justicia son las mareas como balanzas de equilibrio
no es viejo el del mar sino un presbítero
un poeta que hace hablar al olvido y a la memoria
cambia su identidad para mantenerse como es
decreta sin saber las leyes que impone
rige su propia y masiva cantidad sin cálculo
dicen en el Helesponto oracular e infalible repiten
lethé y mnémosyné pero no es así él escapa
omiso es a los idiomas y sólo las lenguas de tierra
tienen existencia para el viejo
no es adivino no es bienaventurado no es maligno
nada es sino a sí mismo a sí igual de sí admirado
es un viejo que sólo a veces se une al mar.

(Sentimiento oceánico, p. 33.)

Lo profético impone, entonces, como umbral, una promesa de cumplimiento, un “fin del tiempo”. Dada la noción primordial de esta bien presente confusión, revelada caos resonante al fondo de cualquier cosmos postulable, la absoluta evidencia del transcurso continuo del tiempo debe saber desarticular la duplicidad olvido/memoria. La expectativa se dirigirá a la clausura de la conciencia como mecanismo, suma de procedimientos, para postularla como percepción abierta de la relación primordial de correspondencia entre parte y todo. La muerte del sujeto es, en este sentido, culminación de toda vida, ofrenda de la propia conciencia.

La muerte en su aumento

La muerte en su aumento ha desencajado el mundo
viento viento de ultramar la roca viva en el agua primordial resiste
igual la cadena de las generaciones que ata la vida
una naturaleza crecida en su humanidad al percibirla
nadie la diría nadie diría mar tierra firmamento de otra forma
nadie diría la distancia entre existir y los golpes del mar
pero hoy el estiaje ribereño hace ver las ovejas como obstáculos
y el mar el mar el mar hoguera de agua en efervescencia
en la que se quema la confusión de ser fuego y se moja la llama
y el mar se mueve como un incendio de luces yendo y viniendo
desde la sublime tierra a la que el presente la despista y muda
y en la que en la cercanía del agua la sombra nada como un pez en la arena.

La vida disminuye y nadie se da cuenta a veces en la noche especialmente
se olvida crecerá sin embargo la pasión y un hilo más delgado y más fino
irá tejiendo una existencia más adorable en aumento por su reguero de luz
sol y mar y tierra dioses nuevamente cuando esas palabras se enmudecen
y abajo muy abajo todas las certezas se confunden en cristales combinados
que traslucen la mezcla de lo que no se sabe del horror de la alegría y todo
lo que se ha llegado a olvidar para conocer.

(Sentimiento oceánico, p. 57.)

El fin de la contradicción en una síntesis desplegada marca entonces el destino de la ruta que confirma la labor poética como forma superior de conocimiento, y la cuestión del lugar del sujeto en el mundo se justifica desde su confusión inevitable con un todo autoconsciente.
El tejido de la esperanza y el desconsuelo está, qué duda cabe, en la motivación más profunda del intelectual en la época contemporánea, tras la disolución gradual de la posibilidad humana en una sociedad global dominada por la técnica. Virgilio Rodríguez muestra con Prisión del aire y Sentimiento oceánico la actualización escritural de esta urdimbre compleja, y evidencia así a la poesía como forma privilegiada de resistencia humanista.


(publicado en revista Deslinde, editada por la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL (Universidad Autónoma de Nueva León)

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