martes, diciembre 09, 2014

OCASO DEL AMOR


En esa calle al fondo alguien parte, se van
otros lejos y unos se quedan –duele
cómo corren, cómo pasan. El suelo
crece bajo los pies, y hay animales
y están silenciosos. Ninguna ciudad ya
despierta o duerme. Se han encargado
de echarle alma a cosas que jamás:
ayer en la carretera se han muerto dos,
es diciembre y hay quien siente frío.

Ante el cielo ciego la mole y el trabajo,
las palmas húmedas -una nueva naturaleza,
las cosas en su llana superficie, todas porosas
anhelando a las otras, y mientras más sol,
más. Es el verano más violento en años,
ni alzar la vista ni salir sin cubrirse
de la luz, la absoluta luz. Imaginarse:
el encierro sin esto en los ojos, y aun de día,
la misma plenitud.

Más allá una cortina que sin demasiado viento,
baila -algo oscuro, leve de humedad,
insectos aplastados, una grieta desde un rincón
hasta perderse porque está la cama,
y sin hacer. Una taza en el velador,
hojas muertas, sin nada en la superficie
-todo lo que hay es eso, todo
se concentra en sí mismo. Los párpados,
cerrados y duelen -irritación, sed,
hielo en vez de nervios y sangre,
algo que no va de un lado a otro, sino
se queda, permanece, espera.

Todo tiene sustento en la humedad
y la temperatura –no en lo oscuro
o la luz. He ahí la vida, solamente
-este paso casi insensible, del sueño a la densa
vigilia. Y el peso de esa noche
pasada, cómo se anclaba al suelo,
las escenas incomprensibles
en un lugar arrasado por el agua.

Y un rostro pálido, irreconocible
-ayer la roja llama, una infinita gracia
bajo otra quimera, otra anclada
noche. Recién se inicia este año;
la densa, agobiante cortina cuando abres
los ojos -y esa absoluta luz. Todo
está dispuesto, cada uno de los aparatos
espera encenderse, darte los medios
para salir de una vez desde acá,
pero como en sueños un rostro pálido,
irreconocible. Muerta para siempre
toda idea de utilidad.

¿Algo que el día desee entregar
por su cuenta; es esto, sólo?
Repetición, todo esto es repetición
-mismo rostro, misma piel, a veces
pareciera cada gesto y seña real,
que se actúa mas no se finge.
La enfermedad engendra gestos forzados
de apariencia de salud; algo teatral, casi
como burla después del cruce
-siempre el mismo, repetida la trama-,
el mismo cruce de las carnes.
No hay desvío. Todo está
establecido desde antes.

Deshacerse, trascender la figura
del hambre. Se nos ha ido el amor;
todo se define en cifras de respiro,
en grados de sol sobre la piel del brazo,
la mejilla, el párpado, el entero
costado deseado. No hay formas eternas
de las cifras; el Ser aprende a temblar,
ofrecerse al vértigo mayor.
Nada es ya la desnudez.

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