Una de las muestras más poderosas de la vitalidad y modernidad paradojal del viejísimo oficio poético que son menos evidentes, es la metamorfosis permanente de la imagen del autor. Nacido el oficio de una vaga penumbra en que entrevemos al poeta como aquel a cargo de
Es en este sentido que Tecnopacha nos da un evento que la poesía nos entrega tan sólo de vez en cuando y en momentos en que los cambios históricos precipitan vueltas de cabeza de todo lo que era la vida conocida: la resituación del autor con respecto a la sociedad y a su obra.
Tecnopacha presenta un mundo fracturado, cuyos pasados ancestral y cercano, su presente y sus futuros utópico o catastrófico, se rebelan a toda solución de continuidad, proyectándose como instantes fragmentados que cohabitan el momento de la escritura. Este momento está lejos de ser el presente, y es importante el peso de la elección que asume Óscar: el tiempo de los eventos proféticos, en que el registro de la visión y los sucesos ocupa un destiempo urgente que acaba por frustrar toda posible diacronía. Así, la visión profética termina eligiendo la niebla en vez de la comunicación directa.
Plantear en este sentido que el hablante se asume desde la profecía es una deducción sumamente simple, que es verdadera en algún sentido, pero incompleta (y aquí creo que yace la confusión de algunos críticos al asociar de modo directo esta poesía con la mera utilización mimética del discurso profético que hace Zurita). El transcurso vital y espacial del hablante a través de una geografía traspuesta en el delirio, multiplica su posible situación, haciendo una especie de “viaje de vuelta” desde la sobredeterminación de la poesía moderna. El poeta recupera en Tecnopacha el status de estrella de rock o pop, de chamán, sacerdote, de mesías religioso o político, de líder de masas de derechas o izquierdas, de víctima o victimario, asumiendo una salvaje parodia de la totalidad ancestral del oficio. Esa totalidad degradada y ficticia es exactamente, creo, el cargamento de pólvora de Tecnopacha a nivel sociopolítico, el darse como espejo de la ilusión capitalista de falsa totalización de la existencia, lo que Guy Debord denunció en
De ahí la inquietud política que surge de la poética de Óscar, visible incluso en quienes no tienen el “entrenamiento” de la lectura política de textos. La visión de la fragmentación es construida con una acuciosidad del uso de un lenguaje precisamente conformado para este efecto. El que el hablante comparta este destino de degradada fragmentación del sistema socioeconómico y el sistema simbólico, pone en una crisis general todo el imaginario presentado en Tecnopacha, produciendo naturalmente el efecto abismal de un barroco postmoderno.
Profeta que no anuncia mesías, sino la sempiterna derrota de remedos de mesías impotentes y de carne y hueso, espectáculo ultrasubjetivo y despojado que refleja el espectáculo totalizante de dominación social; este decidido habitar de la contradicción en el sentido más profundo (en el de los procedimientos de creación de imagen) reafirma, como decía al principio, el carácter de manifiesta vitalidad de la poesía chilena, al asumir una nueva vuelta de tuerca en la situación del autor. Experiencia límite de deriva de sentido en la literatura, Tecnopacha y la serie de libros que vendrán pone en escena un nuevo acercamiento entre poesía y vida, más estrecho que el poema político de reivindicación desde el instante en que opera a través de negaciones. Tecnopacha marca, definitivamente, una inflexión en la poesía chilena reciente, al apuntar con decisión un punto de fuga posible hacia una poética política que se sepa deshacer de los fantasmas y lastres de la enunciación obvia. En este sentido, el paradójico carácter fundacional de la función profética se aplica en propiedad, y la necesidad de la poesía como una de las alternativas a la barbarie vuelve a ponerse en el horizonte de la literatura chilena.
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